miércoles, 25 de marzo de 2009

La guerra contra la guerra a las drogas



Evo Morales masca hojas de coca en Austria. Y lo hace en la primera sesión de la convención de la ONU que decidirá el futuro de las drogas por, al menos, la próxima década.

Rudo. Desafiante. Un swing de derecha a la cara del establishment.

Pero Evo tiene sus razones. Hay evidencias de que ese establishment mundial sólo ha venido a empeorar las cosas en sus más de 30 años de batalla contra las drogas. Y no se trata de asumir el discurso del tipo que consume pitos y que quiere que le bajen los precios y que (por qué no) lo dejen de perseguir por consumir.

El punto aquí es que la guerra contra las drogas ha generado miles de víctimas en todo el mundo, millones de encarcelados y millones de millones de recursos tirados prácticamente a la basura.

En Chile, Álvaro Bardón, el fallecido economista y ex presidente del Banco Central durante el gobierno de Pinochet, fue un ferviente defensor de la despenalización de las drogas. No porque las usara, ni porque le gustaran, si no porque, según Bardón: “La corrupción se generaliza, y aumentan el crimen, los muertos por la mala calidad de las drogas y los encarcelados: madres de poblaciones y jóvenes. Hay que malgastar nuestros recursos en nuevas prisiones y tener más policías, los que deben abandonar la lucha contra el crimen tradicional para perseguir estos delitos artificiales, que no existirían si, como ocurrió por miles de años, esta actividad fuera legal, como el alcohol, el café y los cigarrillos.”

Excepto por César Barros, presidente de los salmoneros, el discurso de Bardón en este tema jamás tuvo eco en la derecha, ni en la económica, ni menos en la conservadora. Sorprendentemente, tampoco encontró apoyo en la Concertación, salvo por una que otra excepción (Nelson Ávila levantó olas transversalmente cuando apoyo públicamente la despenalización de la marihuana). Queda claro que no es negocio estar a favor de la despenalización de las drogas, sobretodo si se quiere ser reelegido.

Lo de Evo en Austria, aunque pueda ser calificado como un mero acto de insolencia y payaseo, no lo es tanto. El debate que quiere instaurar la ONU va mucho más allá de potenciar más sanciones contra los que venden y compran drogas. Hasta ahora, la guerra contra los narcóticos no ha producido una disminución en el consumo. Según la revista inglesa The Economist, hace diez años, un 5% de la población mundial adulta era consumidora de alguna sustancia ilegal. Hoy, el porcentaje sigue siendo el mismo. Lo mismo ha pasado con la producción de cocaína y opio: se ha mantenido, mientras la producción de marihuana se ha incrementado.

Y en el proceso han sido miles los encarcelados por porte y tráfico y miles los muertos consecuencia de las guerrillas propias de mercado negro. Dos ejemplos: en Estados Unidos, anualmente, un millón y medio de personas son arrestadas por alguna ofensa al código de drogas. Medio millón cumple algún tipo de sentencia penal. En México son seis mil las personas muertas cada año en la sangría que se da entre narcotraficantes, pandillas y policías. Casi el doble de las personas que registró el informe Rettig aquí en Chile.

The Economist, fiel a su corte liberal en lo económico y moral, hace poco escribió una editorial suscribiéndose a la despenalización de las drogas. Uno de sus argumentos más fuertes está en la comparación de países liberales versus países conservadores. Noruega y Suecia, por ejemplo, tienen las mismas tasas de adictos, siendo que el primer país es permisivo y el segundo más estricto en su política de estupefacientes.

Cifras como esas, dice The Economist, son prueba de que, si los mismos fondos que son destinados a la guerra contra las drogas son destinados a la prevención y al tratamiento de las mismas, la diferencia entre las tasas de consumidores no serían demasiado grandes, pero sí la cantidad de dinero que le entraría al estado por concepto de impuestos.

Sin duda, la legalización de las drogas no es un camino fácil. La baja de precios las puede hacer más masivas de lo que actualmente son. Los crímenes bajo “la influencia de” también podrían verse incrementados. Pero también sería el fin de los narco millonarios, de los carteles y de los arrestos por posesión. Al menos, disminuirían notablemente. Y eso es lo que se tiene que discutir precisamente durante estos días en Austria. ¿Es conveniente seguir en este status quo de ilegalidad que trae más ilegalidad? ¿O es hora de cambiar el disco y darle a la gente la opción de decidir que realmente se merece?

Tanto fracaso en esta batalla da para tomar en serio al fallecido Bardón. Acá otra de sus frases cargadas de sentido común: “La política correcta no es la prohibición y la cárcel para los pobres, sino la información, la educación, la prevención y la rehabilitación. Es un tema de salud pública, y no de tribunales, policías y cárcel. El prohibicionismo fracasó con el alcohol, al igual que ocurriría con la nicotina o la cafeína, y como se aprecia con las otras drogas. Muchas de éstas son para algunos como medicinas -la marihuana-, y su prohibición para los adultos es una violación de la libertad personal, impropia de gente que se gana la vida hablando de la democracia”.

Quizás, es necesario que Nelson Ávila también viaje a Austria. Y prenda un porro en representación de todos los que quieren despenalizar algo que hasta hace 100 años jamás se penalizó.

Y así nos fue.

martes, 10 de febrero de 2009

El clásico instantáneo

Hace un tiempo salió una canción extraña. Era pop con beats disco, full bailable, pero con letra melancólica. Crazy de Gnarls Barkley se convirtió en un clásico instantáneo, medalla que muy pocos temas pueden exhibir a un año o dos de haber sido lanzados. Y así como Crazy se convirtió en un tema canónico, también se convirtió en una canción ampliamente reversionada por una parrilla totalmente transversal de artistas. Está bien que estemos en la época del remake, pero lo de Crazy de verdad es una locura.
Generalmente los covers me cansan un poco. Pero acá, casi todos funcionan. Así de bueno es el tema. Y por eso es un clásico instantáneo.
No quiero hacer una lista de los que han hecho covers de la canción. Esta vez, prefiero embeber los videos. Porque vale la pena escucharlos y verlos a todos.

















jueves, 20 de noviembre de 2008

La condena de Migliore



La desgracia futbolística puede estar a la vuelta de la esquina. Bien lo sabe Caszely y su malogrado penal del 82. También lo saben los familiares de Andrés Escobar, el jugador colombiano que punteó la pelota contra su propio arco en Estados Unidos 94, y que, al regreso a su país, encontró la muerte a manos de un hincha que no supo perdonar.
Pablo Migliore, arquero de Racing Club de Avellaneda, de alguna manera está emparentado con Caszely y Escobar. Ya no importa cuantos balones saque de la raya, cuantas pelotas con mano cambiada rasguñe por arriba del travesaño. A Migliore-y a los hinchas-le va a ser imposible olvidar el día en que quiso patear la pelota hasta la mitad de la cancha, interponiéndose en su camino, sin la más mínima intención, la nuca del delantero de Colón de Santa Fe, Esteban “Bichi” Fuertes.
Menos mal que en Racing, el equipo de Migliore, están acostumbrados a las tragedias. Los de la acadé pasaron 35 años exactos sin levantar un copa del torneo nacional y, entre medio, se fueron al descenso en los ochenta y a la quiebra a finales de los noventa. Como suele suceder con los equipos que son un desastre, todos esos sujetos necesitados de drama, acicalados por la idea romántica del perdedor, terminan transformándose en seguidores. Y cada vez que pasa una mini hecatombe como la de Migliore, se auto convencen de que ese tipo de cosas sólo les pasa a ellos. Es el sino de Racing. La maldición de Racing. Una maldición que alguna vez tuvo la U aquí en Chile, pero que dejó de existir cuando el equipo ganó un par de títulos y sus hinchas se aburguesaron y se creyeron ganadores.
Como sea. A Migliore le sirvió ser de de Racing. Hacia el final del video los hinchas se ponen a cantar como si estuvieran poseídos para demostrar “aguante”. En Boca, en River o en Independiente, el error no se habría dejado pasar así tan fácil.
Nota aparte para el Bichi Fuertes, que cuando se da cuenta que la pelota entra en el arco, sale a celebrar como si hubiera hecho un gol de media chilena. Mal Migliore, pero lo de Fuertes fue caradura.
Lo único cierto en todo esto es que el portero de Racing necesita armar su mente de nuevo. Y acostumbrarse a su nueva vida.
Porque el gol ese, se lo van a sacar en cara hasta el día en que deje de respirar.

martes, 11 de noviembre de 2008

Bolaño encarcelado


El preso número 1385412 de una cárcel de Huntsville, Texas, pidió una copia de Los Detectives Salvajes, de Roberto Bolaño. The Savage Detectives, la traducción al inglés—y que fue publicada el año pasado en Estados Unidos—es lo que debería haber llegado a sus manos. Pero le llegó otra cosa.
A 1385412 le enviaron una notificación en lugar de un libro. En ella se le comunicaba que la página 39 de la novela de Bolaño contenía: “Sexo grupal en un bar público”.
Este es el veredicto: Una específica determinación se ha tomado, considerando que la publicación va en contra de la rehabilitación del ofensor (el preso), porque estimula el comportamiento homosexual o conductas sexuales alteradas.
Lo divertido es que en la página 39 de Detectives Salvajes sí hay sexo en un bar, pero el sexo no es grupal ni homosexual.
Lo que es innegable es que hay varias parejas teniendo sexo, pero sin mezclarse. Lo que Bolaño hizo en página 39 fue un concurso en un cabaret donde las cortesanas debían practicar sexo oral a hombres particularmente dotados. No es la más fina de las imágenes, pero dudo que sea para privar del hábito de la lectura al preso número 1385412.
Desde que Bolaño se tradujo al inglés el año pasado, las críticas sólo han sido buenas. James Woods del Sunday Times Book Review ha comparado a Bolaño con Stendhal y Gide. En el New York Times dijeron que los Detectives Salvajes era un trabajo “complejo, quietamente caótico y sinuosamente memorable”.
Ahora acaba de salir al mercado la traducción de 2666, el ladrillo-novela póstumo de Bolaño. Las críticas nuevamente se muestran favorables, sobretodo la de Jonathan Lethem en el mismo NYT.
Lo que Bolaño nunca logró en vida (penetrar el mercado gringo) finalmente se le da estando dos metros bajo tierra. Habría sido algo demasiado extraño de presenciar: Bolaño firmando libros en alguna librería de NYC o San Francisco.
Prefiero quedarme con la imagen del preso 1385412, que al recibir la notificación de que los detectives estaban vetados para él, prefirió pagar de su bolsillo el envío del libro a la casa de un familiar. Era eso o la destrucción de la copia.
No sólo eso. Preso 1385412 tendrá que esperar hasta agosto del próximo año para poder leer el libro que no pudo leer tras las rejas. Es un salto de fe que puede terminar en un barranco. Quizás 1385412 llegue a la página 39 y se sienta algo perturbado. Y no lea nunca más a Bolaño.

domingo, 26 de octubre de 2008

Dios es mi piloto


A veces, lo que sale publicado en una revista no es exactamente lo que se pensó que se iba a publicar en un momento. Muchos auspiciadores significa que los artículos tienen que tijeretearse. Este que hice con Eliseo Salazar para revista Sábado en el rally de Pucón sufrió esa suerte. No se le cortó mucho, pero para el que quiera leer la versión original, aquí está.

Llueve y hay viento. La gente se pone bajo una carpa gigante, al lado del camino. Deja de llover y sale el sol. La gente sale de la carpa gigante y escucha el ruido de los motores de cerca. Es un día volátil. Como la bolsa de valores. Estamos en el sur, en Pucón, en la sexta fecha del Rally Movil. Y el clima contribuye al mundo tuerca con una necesaria cuota de dramatismo.
Establezcamos algo: esto no es una joda para Videomatch. Veo los autos pasar cerca de una curva y sé que en unos momentos, seré yo él que irá adentro de uno de ellos. Estas son vueltas de prueba, el famoso shakedown previo al comienzo del Rally oficial que empieza el sábado. Pero igual siento olor a tripas, corazón y polvo. Mucho polvo.
El piloto que me llevará de “paseo” no es cualquiera. Es Salazar. Eliseo. El Elías Figueroa de las tuercas. Él que más ganó, el que más lejos llegó y al que más le han cobrado los choques. Eliseo, leyenda nacional, confío en ti.

La verdad, no sé qué pensar, si ponerme nervioso. Antes de ir al encuentro de Eliseo, parado al lado del camino, cierro los ojos pensando en que los autos perderán el control, que se irán derecho encima de la gente que está parada tras una curva. No es pesimismo, es ignorancia. Al tomar las curvas, los pilotos jalan un freno de mano largo para mover la cola del auto y hacer que el auto pase con lo justo. La gente de rally está acostumbrada a ver los autos pasar al filo del choque. Ni siquiera se inmutan. Los corderos nuevos como yo piensan lo peor.
Me dicen que corra hacia la línea de largada, que es mi turno. En el shakedown, por lo general, el piloto da un par de vueltas con su navegante (o copiloto, si se quiere). Las dos vueltas restantes, el cupo va para un sponsor o algún amigo cercano. El shakedown es mitad probar el auto y el terreno y mitad show para la gente del lugar y los auspiciadores. Dentro del show, Eliseo hizo un esfuerzo y subió a Sábado a su auto. Gracias.
Llego donde están los autos, donde los motores parecen juguetes rabiosos. Y entremedio de todo, está Eliseo—agachado, revisando una rejilla justo abajo del parachoques. No hay tiempo para mayores introducciones. El piloto estrecha mi mano y sigue en lo suyo. El auto tiene que estar a punto para la carrera del sábado y Eliseo, obsesivo, tiene que estar seguro de que todo esté bien. Optimo. Diez puntos.
Todos se ríen de mí cuando digo que quiero sacar fotos con mi celular mientras Eliseo maneja. “Es imposible”, me dicen. “Con suerte te vas a poder afirmar”. Entro al auto con el celu igual. Por lo menos para sacar un par de fotos antes de largar.
Los autos de rally son autos de calle, pero enchulados. Una de las grandes diferencias es que adentro se construye una especia de jaula de seguridad, con fierros grandes de donde el copiloto, o sea, yo, se puede agarrar. Los asientos traseros no existen y los asientos delanteros son de plástico con cinturones varios que te dejan amarrado totalmente a la butaca. Entrar en la butaca me tomó largos y tensos minutos en que el copiloto argentino de Eliseo hacia lo posible para dejarme listo para la acción.
Una vez que tengo el casco puesto, llega el primero cachetazo de realidad. Eliseo habla y lo escucho por un audífono. Yo hablo y es él quien me escucha por un audífono. Todo lo que vendría después sería en estereo.
“Hagas lo que hagas, no toques esta palanca”, es lo primero que me dice. Eliseo se refiere al freno de mano largo que los pilotos de rally usan para doblar en las curvas.
La gente abre camino mientras vamos a la largada. Todos miran más de la cuenta. Es el efecto Salazar, que de seguro, debe traer más beneficios que contratiempos.
Yo pregunto por todos los instrumentos raros que tiene la cabina del auto. Pero entiendo poco. Todo lo que logro retener es que el auto tiene tracción a las cuatro ruedas y que hay una lucecita que le avisa cuando pasar los cambios.
“Vamos a ir a un 80 por ciento de lo que el auto puede andar con copiloto”, explica Eliseo bien serio. Uno jamás pensaría que es el mismo tipo bonachón que animó Video Loco a principios de los noventa. Pero bueno. Estoy interrumpiendo en su oficina. Y en la oficina se trabaja.
Lo del 80 por ciento se explica porque en el rally, el copiloto es fundamental. Es el copiloto él que dicta las curvas, él que sabe las sinuosidades del camino. Yo no soy copiloto. Soy un bulto al costado, por lo que Eliseo tendrá que ir mirando la ruta.
Llegamos a la línea de largada. Hay harta gente viendo los autos partir, hartas promotoras en trajes ajustados que me miran por el efecto Eliseo. Qué lindo. Pienso en lo efectivo que debe ser carretear con Salazar al lado, pensamiento interrumpido por el ruido estrepitoso del motor que indica que la partida es inminente.
Yo todavía sostengo mi celu en la mano, por si puedo sacar una foto con el auto en movimiento. Patrañas. Dan la señal y, apenas Eliseo aprieta el acelerador, tengo que dejar el celular entre mis piernas. RRRRMMMmmmm... Mi espalda queda pegada a la butaca y me agarro de inmediato de un fierro que está al costado de la ventana.
Es una sensación sónica. De entrar en una nueva dimensión, en la que el tiempo es más frágil que un bebé recién nacido. La razón es simple: Eliseo maneja a 120km por hora en un camino de tierra realmente horrible, con curvas cerradas y con sectores llenos de piedras del porte de una pelota de rugby. El auto se mueve y los baches se sienten. Y Eliseo, el mismo de la Formula 1, de Indianápolis y de Le Manns, parece una bestia en total control de lo que hace. Estoy entregado a lo que Dios, mi piloto, pueda hacer.
Y no hacer.
La gente al lado del camino parece pequeños borrones de colores. Mientras avanzamos, el camino va develando sorpresas. Alguien (debe haber sido un niño) traspasa la cinta de plástico y se agacha a recoger algo para luego volver disparado a ponerse tras la cinta. Se vio riesgoso. Y luego pasamos por encima de una poza gigante de unos cinco metros de ancho. Pensé que Eliseo iba a frenar un poco, pero la pasamos a toda velocidad mientras sentía un poco de agua mojar el final de la espalda. Los autos de rally, me explicarían después, no tienen aislación para disminuirles el peso.
Curvas más, piedras menos, empezamos a entrar a un área residencial, lo que significa que estamos terminando, que volvemos donde empezamos en la Hacienda Pucón. Y la verdad, no sé si tardamos un minuto, una hora, o un siglo en recorrer el circuito de tres kilómetros. La noción del tiempo se pierde. Y salgo del auto con las piernas débiles y tiritonas mientras las promotoras, curiosas ellas, miran. Qué lindo. Gracias Eliseo.

martes, 19 de agosto de 2008

Cinco Soundtracks


La mayoría de los soundtracks son ahí no más. Por lo general, un gran hit y lo demás puro relleno. Pero hay otros que son notables, que te pueden cambiar completamente la idea de musicalizar una película. Aquí van mis favoritos:

Bob Dylan- Pat Garret and Billy the Kid (1973): Es un álbum cortito y subvalorado para un film sobre uno bueno y uno malo en el oeste. La película es del gran Sam Peckinpah, el mismo de The Wild Bunch. El film y el score fueron un fracaso en su momento. Dijeron que Dylan se había puesto demasiado simple. Amateur. Pero ahí está la belleza de Pat Garret, justamente en su simpleza acústica. Hay un par de canciones instrumentales tocadas con dos notas que son épicas. Y también está el clásico Knocking on heaven´s door. Knock, knock, knocking on heaven´s door. Esa.

The Who- Quodrophenia (1973) Mismo año que el de Dylan, pero un soundtrack totalmente opuesto. Esto es una opera rock. Pero lo bueno es que, a diferencia de Tommy, esto es más rock que opera. El álbum se transformaría en un score para un film el 79. Se tomaría el guión hecho por Pete Townsend para Quadrophenia, pero todos los elementos operáticos serían eliminados. La música de los Who sería usada para contar la historia, como música de fondo.
Quadrophenia es una gran, gran película. Nunca la he visto en Chile y en Montreal pude arrendar una copia viejísima en VHS. Sting actúa como el chico malo, un tipo que de noche deja unas cagadas impresionantes, un tipo que todos admiran, pero que no dice nada y que durante el día trabaja de botones en un hotel. Pero la historia principal es sobre la gran rivalidad entre los mods y los rockers en un pueblo decadente y costero del Reino Unido. Como es de esperarse en algo de los Who, en Quadrophenia hay harta scooter, harta píldora y hartos chicos violentos. Las chicas también son violentas, de esas que carbonean las peleas. El final es grandioso, con una batalla campal en la playa de la hostia.


Neil Young-Dead Man (1995) El día que me compré este soundtrack maté absolutamente lo que pudo ser una buena noche de sexo. Explico: Esto es una banda sonora instrumental, con guitarras lentas y desafinadas. Desgarbadas. Neil Young never sings. En algunos momentos hay diálogos de la peli. Jonny Deep hablando, Iggy Pop hablando. La cosa es tétrica, como para escucharla en un cuarto oscuro con un cigarro y un vaso de whisky. Jamás con una mujer. Yo había llegado recién a Montreal de trabajar en un campamento de niños judíos millonarios y lo primero que hice fue comprarme un par de discos con la paga. En la ciudad, un tipo nos invitó a un grupo a carretear y alojar a su depto en hábitat 67, el gran y futurístico complejo hecho para la expo 67 de Montreal. Claro está. La noche había terminado y Josh, el dueño, o el hijo del dueño, me dio una pieza. Al rato llega una niña, Katherine Shea, linda de cara y generosa de pechos. Como toda beba voluptuosa, también estaba pasada un poco de kilos. Pero andaba bien. Y yo, el pelota, pongo Dead Man en la oscuridad. Y fui hombre muerto. A los cinco minutos Shea, me dijo que sacara eso. Y se dio vuelta enojada. Fue un viaje sin retorno. Gracias Neil Young. Igual el soundtrack es la raja.


Tom Waits y Crystal Gayle- One From the Heart (1982) Esto si que es romántico. Puede que esto sea lo más meloso del rudo Tom Waits, pero funciona de maravillas. Este es un álbum de duetos con harto piano y canciones construidas alrededor de los standards del jazz. Aún así, los temas mantienen el filo algo oxidado de Waits. El film era el primero de Ford Coppola después de Apocalipsis. La cosa se le fue de las manos: gastó mucho y no pudo recuperar la inversión. Declaró bancarrota y muchos de los films que Coppola hizo en los ochenta fueron para pagar las deudas. Al menos quedó un gran soundtrack.

Pink Floyd-Obscured by Clouds (1972) No me gusta mucho Pink Floyd, pero este debe ser su mejor álbum. Hay un poco de sicodelia, pero sobretodo, hay buenas canciones. Temas con estructura y con Gilmour y Waters cantando con una cierta base. Hay melodías bien bellas también. La película nunca la pude ver. Creo que el disco es la música para un film francés llamado la Vallée.

martes, 5 de agosto de 2008

Howard Schultz: El Salvador de Starbucks


Un artículo de mí para revista Sábado.



Italia fue el comienzo de todo. Hace 25 años, durante un viaje, Howard Schultz vio en Milán lo que nadie había visto hasta el momento: llevar el expreso a cada cruce de camino, a cada pequeño pueblo y a cada gran ciudad de Estados Unidos. Fue el tipo de epifanía que puede hacer a un hombre perder la cabeza. Eran tiempos en que Schultz se ponía a llorar cuando su suegro le decía que consiguiera un trabajo de verdad y que dejara a un lado sus sueños de hacer un imperio del café. La idea sonaba descabellada.
A pesar de las lágrimas, Schultz no paró, e hizo el intento de comprar sin éxito una pequeña cadena de cafeterías llamada Starbucks, en la que trabajaba como director de marketing. Como los grandes jefes no le hicieron caso, siguió su propio camino instalando algunas cafeterías en Seattle, en la costa oeste de Estados Unidos. La llamó Il Giornale, probablemente en honor al expreso italiano con el que tanto se obsesionó en ese viaje a Italia.
Pasaron dos años, y Schultz tuvo su chance. Sus antiguos jefes le dieron la oportunidad de comprar la franquicia (el dinero lo reunió de diferentes inversores), y cuatro millones de dólares después, Schultz daba comienzo a Starbucks. Era 1987, y todos sus locales de Il Giornale pasaban a ser parte del nuevo negocio.
En poco tiempo, las operaciones de Starbucks subieron como la espuma de un café cortado. La fórmula era simple y se podría dividir en tres: italianizar los productos ofrecidos con recetas nuevas como el expreso y, años más tarde, el mocaccino o el frappuccino. Hacer de Starbucks una cadena tan acogedora como sea posible, una especie de tercera casa entre el trabajo y el hogar. Y, por último, vender diferentes variedades de granos de café por gramos para uso doméstico. Todo con un sello de calidad altamente aspiracional.
Así, Schultz se demoró poco para darle valor agregado a un producto - el café- al que nadie le había sacado mayor provecho. Él le dio onda a su marca, y con la onda, pudo darse el lujo de llegar a cobrar 5 dólares por una taza. Sin arrugarse.
Los Starbucks crecieron por todo Norteamérica, espacialmente durante los 90. El periódico irónico, The Onion, anunciaba con sorna en 1998 que: "Starbucks había abierto una nueva sucursal en el baño de un viejo Starbucks". Era la invasión del café, una explosión que ni la gente más cercana a Schultz habría podido predecir. El hombre se había dado el gusto de crear una necesidad, pero, más importante, se había dado el lujo de crear una experiencia. La experiencia Starbucks.

En 2000, Schultz sintió que la tarea estaba cumplida y dejó el sillón principal de la cadena. La idea era que Starbucks siguiera andando con el impulso, pero bajo su supervisión. Y así fue, al menos por un tiempo.
Cuando Schultz se bajó del vagón, la franquicia tenía 3.500 locales en el mundo. Cinco años más tarde, Starbucks alcanzaba su local número 10.000. Demoledora expansión por donde se le mire. Schultz iba derecho a su meta de instalar 40.000 locales en el planeta.
No contaba, eso sí, con el desequilibrio de la economía global.
El mercado inmobiliario en Estados Unidos colapsó, y con él, varios vecindarios del sur de California y Florida, dos de los estados más populosos de la unión, quedaron semi vacíos. Y si la América suburbana vive bajo el manto de la incertidumbre, la clase aspiracional que se ha hecho adicta al café de Starbucks, lo piensa dos veces antes de entrar a un local e ir por una taza de "lujo a precio razonable", como Schultz le llama a su producto.
Así, no fue muy grande la sorpresa cuando a principios del mes pasado se anunció el cierre de 600 locales en Estados Unidos.
A eso se suma la gran alza del precio del petróleo y la leche en los últimos meses, quizás los dos fluidos más necesarios para el buen funcionamiento de la cadena. Esta suma de factores ha hecho que las acciones de la franquicia hayan caído a menos de la mitad en un año y medio. Un cuasi desastre para un negocio que parecía indestructible.
Desde afuera, o más bien desde la banca de suplentes, a Schultz no le gustaba lo que estaba pasando con su bebé. Y aunque reconoció que la crisis económica sufrida por buena parte del mundo es un factor importante, el tema no es decisivo para la gran baja de Starbucks. La convicción de poder sacar a la compañía adelante trajo a Schultz de vuelta a la cabeza de la compañía en enero de este año. Poca compasión tuvo con Jim Donald, el CEO saliente:
"La economía ha estado mal, pero eso no debe ser una excusa", dijo Schultz en una reunión de accionistas hace unos meses en Seattle. "Starbucks ha perdido su rumbo, pasando de ser un negocio creativo e innovador a un negocio inserto dentro de una cultura de mediocridad y burocracia".

Schultz, una leyenda de la América corporativa demócrata y alternativa al nivel de Steve Jobs, de Apple, fue recibido con los brazos abiertos por los accionistas, además de los 200.000 empleados de la cadena. Si alguien puede hacer reflotar el bote, ése es él. Es el tipo de fe que le tienen dentro de la empresa.
Schultz se ha caracterizado por enfatizar el perfil ético de Starbucks. En su vocabulario, ya sea cuando escribe o pronuncia un discurso, casi nunca faltan palabras como integridad, transparencia y verdad. Además, el tipo se describe a sí mismo como benevolente, cualidad que no suena bien en el mundo empresarial. Sobre todo en los difíciles tiempos que corren.
Schultz se enorgullece de que Starbucks sea una multinacional en la que los sindicatos no son necesarios. Desde que empezó en el negocio trató de hacer un modelo a escala humana, y se dice que la compañía gasta más en planes de salud para sus trabajadores que en importar el café que se vende en sus locales.
Según Bryant Simon, un profesor de historia de Temple University y autor del libro Consumiendo Starbucks: "Schultz cree que ha creado la compañía perfecta, una que puede solucionar los problemas del mundo y alterar el curso de la historia".
Puede que esté lejos de eso, pero en los pocos meses que lleva a cargo del show, ha sido capaz de dar varios golpes de timón. Su convencimiento de que la experiencia de ir a un Starbucks se había arruinado lo hizo cerrar todos los locales de Estados Unidos por tres horas para enseñarles a los empleados a hacer un expreso decente. El simulacro le costó 11 millones de dólares en sueldos y horas sin vender, pero hizo que los medios volvieran a simpatizar con una firma que busca volver a sus orígenes de estándares altos de calidad. Tan así es la preocupación de Schultz, que eliminó varios sándwiches del menú por encontrarlos derechamente malos. Eso, después de escuchar a un par de señoras quejarse en uno de los locales.
La búsqueda por la excelencia lo llevó de vuelta a Italia, donde encontró la receta de una nueva bebida que revolucionaría el mercado. Una mezcla de café, helado y jugo. Una especie de café-postre que estará disponible en los Starbucks del mundo el próximo año.
Hoy, Howard Schultz se junta con Mick Jagger o Paul McCartney para hablar de negocios (el último álbum de McCartney estuvo a la venta en las cajas de Starbucks). Va a late night shows y lee todos los mails que le mandan sus empleados. La idea es recuperar la mística perdida. Pero también la sustancia. La credibilidad.
No parece ser tarea fácil. Pero él tiene una ventaja: hace años fue capaz de convencer al mundo entero de que Starbucks tiene el mejor café del orbe, además de la mejor de las ondas.
¿Por qué no podría hacerlo de nuevo?