domingo, 26 de octubre de 2008

Dios es mi piloto


A veces, lo que sale publicado en una revista no es exactamente lo que se pensó que se iba a publicar en un momento. Muchos auspiciadores significa que los artículos tienen que tijeretearse. Este que hice con Eliseo Salazar para revista Sábado en el rally de Pucón sufrió esa suerte. No se le cortó mucho, pero para el que quiera leer la versión original, aquí está.

Llueve y hay viento. La gente se pone bajo una carpa gigante, al lado del camino. Deja de llover y sale el sol. La gente sale de la carpa gigante y escucha el ruido de los motores de cerca. Es un día volátil. Como la bolsa de valores. Estamos en el sur, en Pucón, en la sexta fecha del Rally Movil. Y el clima contribuye al mundo tuerca con una necesaria cuota de dramatismo.
Establezcamos algo: esto no es una joda para Videomatch. Veo los autos pasar cerca de una curva y sé que en unos momentos, seré yo él que irá adentro de uno de ellos. Estas son vueltas de prueba, el famoso shakedown previo al comienzo del Rally oficial que empieza el sábado. Pero igual siento olor a tripas, corazón y polvo. Mucho polvo.
El piloto que me llevará de “paseo” no es cualquiera. Es Salazar. Eliseo. El Elías Figueroa de las tuercas. Él que más ganó, el que más lejos llegó y al que más le han cobrado los choques. Eliseo, leyenda nacional, confío en ti.

La verdad, no sé qué pensar, si ponerme nervioso. Antes de ir al encuentro de Eliseo, parado al lado del camino, cierro los ojos pensando en que los autos perderán el control, que se irán derecho encima de la gente que está parada tras una curva. No es pesimismo, es ignorancia. Al tomar las curvas, los pilotos jalan un freno de mano largo para mover la cola del auto y hacer que el auto pase con lo justo. La gente de rally está acostumbrada a ver los autos pasar al filo del choque. Ni siquiera se inmutan. Los corderos nuevos como yo piensan lo peor.
Me dicen que corra hacia la línea de largada, que es mi turno. En el shakedown, por lo general, el piloto da un par de vueltas con su navegante (o copiloto, si se quiere). Las dos vueltas restantes, el cupo va para un sponsor o algún amigo cercano. El shakedown es mitad probar el auto y el terreno y mitad show para la gente del lugar y los auspiciadores. Dentro del show, Eliseo hizo un esfuerzo y subió a Sábado a su auto. Gracias.
Llego donde están los autos, donde los motores parecen juguetes rabiosos. Y entremedio de todo, está Eliseo—agachado, revisando una rejilla justo abajo del parachoques. No hay tiempo para mayores introducciones. El piloto estrecha mi mano y sigue en lo suyo. El auto tiene que estar a punto para la carrera del sábado y Eliseo, obsesivo, tiene que estar seguro de que todo esté bien. Optimo. Diez puntos.
Todos se ríen de mí cuando digo que quiero sacar fotos con mi celular mientras Eliseo maneja. “Es imposible”, me dicen. “Con suerte te vas a poder afirmar”. Entro al auto con el celu igual. Por lo menos para sacar un par de fotos antes de largar.
Los autos de rally son autos de calle, pero enchulados. Una de las grandes diferencias es que adentro se construye una especia de jaula de seguridad, con fierros grandes de donde el copiloto, o sea, yo, se puede agarrar. Los asientos traseros no existen y los asientos delanteros son de plástico con cinturones varios que te dejan amarrado totalmente a la butaca. Entrar en la butaca me tomó largos y tensos minutos en que el copiloto argentino de Eliseo hacia lo posible para dejarme listo para la acción.
Una vez que tengo el casco puesto, llega el primero cachetazo de realidad. Eliseo habla y lo escucho por un audífono. Yo hablo y es él quien me escucha por un audífono. Todo lo que vendría después sería en estereo.
“Hagas lo que hagas, no toques esta palanca”, es lo primero que me dice. Eliseo se refiere al freno de mano largo que los pilotos de rally usan para doblar en las curvas.
La gente abre camino mientras vamos a la largada. Todos miran más de la cuenta. Es el efecto Salazar, que de seguro, debe traer más beneficios que contratiempos.
Yo pregunto por todos los instrumentos raros que tiene la cabina del auto. Pero entiendo poco. Todo lo que logro retener es que el auto tiene tracción a las cuatro ruedas y que hay una lucecita que le avisa cuando pasar los cambios.
“Vamos a ir a un 80 por ciento de lo que el auto puede andar con copiloto”, explica Eliseo bien serio. Uno jamás pensaría que es el mismo tipo bonachón que animó Video Loco a principios de los noventa. Pero bueno. Estoy interrumpiendo en su oficina. Y en la oficina se trabaja.
Lo del 80 por ciento se explica porque en el rally, el copiloto es fundamental. Es el copiloto él que dicta las curvas, él que sabe las sinuosidades del camino. Yo no soy copiloto. Soy un bulto al costado, por lo que Eliseo tendrá que ir mirando la ruta.
Llegamos a la línea de largada. Hay harta gente viendo los autos partir, hartas promotoras en trajes ajustados que me miran por el efecto Eliseo. Qué lindo. Pienso en lo efectivo que debe ser carretear con Salazar al lado, pensamiento interrumpido por el ruido estrepitoso del motor que indica que la partida es inminente.
Yo todavía sostengo mi celu en la mano, por si puedo sacar una foto con el auto en movimiento. Patrañas. Dan la señal y, apenas Eliseo aprieta el acelerador, tengo que dejar el celular entre mis piernas. RRRRMMMmmmm... Mi espalda queda pegada a la butaca y me agarro de inmediato de un fierro que está al costado de la ventana.
Es una sensación sónica. De entrar en una nueva dimensión, en la que el tiempo es más frágil que un bebé recién nacido. La razón es simple: Eliseo maneja a 120km por hora en un camino de tierra realmente horrible, con curvas cerradas y con sectores llenos de piedras del porte de una pelota de rugby. El auto se mueve y los baches se sienten. Y Eliseo, el mismo de la Formula 1, de Indianápolis y de Le Manns, parece una bestia en total control de lo que hace. Estoy entregado a lo que Dios, mi piloto, pueda hacer.
Y no hacer.
La gente al lado del camino parece pequeños borrones de colores. Mientras avanzamos, el camino va develando sorpresas. Alguien (debe haber sido un niño) traspasa la cinta de plástico y se agacha a recoger algo para luego volver disparado a ponerse tras la cinta. Se vio riesgoso. Y luego pasamos por encima de una poza gigante de unos cinco metros de ancho. Pensé que Eliseo iba a frenar un poco, pero la pasamos a toda velocidad mientras sentía un poco de agua mojar el final de la espalda. Los autos de rally, me explicarían después, no tienen aislación para disminuirles el peso.
Curvas más, piedras menos, empezamos a entrar a un área residencial, lo que significa que estamos terminando, que volvemos donde empezamos en la Hacienda Pucón. Y la verdad, no sé si tardamos un minuto, una hora, o un siglo en recorrer el circuito de tres kilómetros. La noción del tiempo se pierde. Y salgo del auto con las piernas débiles y tiritonas mientras las promotoras, curiosas ellas, miran. Qué lindo. Gracias Eliseo.

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