viernes, 21 de diciembre de 2007

Ignacios Bazanes


Google no es solo una manera de buscar información sobre cualquier cosa, una manera de encontrar fotos de la mina que más te calienta en el momento. Google también es una buena forma de acariciar el ego o destruir el ego cuando uno se googlea a uno mismo.
De vez en cuando practico el ejercicio. Escribo mi nombre y veo lo que sale. Pero más que fijarme en las veces en que el texto o la información corresponde a algo que he hecho, lo que más me interesa son los Ignacio Bazán que andan dando vueltas por el mundo. En Argentina hay tres. O en rigor dos, porque uno de ellos, un ex combatiente de las Malvinas terminó suicidándose a los 42 años a raíz de todo el rollo causado por la guerra. De la existencia del segundo Ignacio Bazán ya sabía desde antes de googlear mi nombre. La novia de Rodrigo Martínez, un ex compañero del lab de revistas de El Mercurio y ahora eminencia gastronómica de Wikén, le había contado a él que tenía como compañero a un tal Ignacio Bazán en la escuela de cine de Buenos Aires. Martínez me lo hizo saber y no supe si creerle, pero google me demostró que el hombre estaba en la cierto: mi símil porteño ya ha dirigido en un par de proyectos. Para cerrar, el tercer Ignacio Bazán toca batería en una banda punk que se llama Espiral, también en Buenos Aires.(es el de la derecha en la foto)
Mi catastro sobre Ignacios Bazanes no me decepcionó. Los tres tienen historias bastantes potentes y los tres también tienen en común que son bastante valientes. O sea, en el primer caso hay que tener agallas para ir a la guerra y hay que tener agallas para pegarse un tiro después. También hay que tener una depresión de la hostia, pero ese es otro cuento. Y en los otros dos casos, igual hay que tener huevos para ser director de cine y ni hablar de estar en una banda punk.
Bueno. Eso fue lo que encontré. Tres Ignacios Bazanes en Argentina. Después me metí a facebook y me encontré con otro, esta vez en España. Claro que no pude ni siquera saber de qué ciudad era porque el acceso a su perfil estaba restringido.
Hoy leo en LUN que hay una tal Paula Salas, una periodista argentina, que quiere hacer una reunión de Paulas Salas del mundo. De seguro que ella consigue hartas más Salas de los que yo pueda conseguir Bazanes, pero el juego es igual de atractivo: debe ser impresionante ver a 100 personas que se llamen igual que uno. A mí ya me da escalofríos los pocos Bazanes que he logrado encontrar. Es como si estuvieran tomando una parte de mi vida prestada y yo estuviera tomando la de ellos. A ver si un día nos juntamos.
Y nos agarramos a combos.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Manifiesto 5: Fútbol


Es raro, pero nunca he escuchado de alguien que lo traten medicamente por ser adicto al fútbol. Y debería porque conozco a varios a los que les encantaría ser menos fanáticos, contándome yo entre ellos. Es que resulta que en el fútbol, todos los clichés terminan siendo realidad. Bueno, la mayoría de los clichés son verdad, pero ese es otro tema.
Uno lee en los lienzos de las canchas cosas como “pasión inexplicable”, “sentimiento inigualable”, “tu vida da sentido a la mía” y se da cuenta que la cosa es más o menos cierta. Para algunos de nosotros no hay caso, ser hincha de un equipo es una enfermedad incurable.
Para mí la cuestión viene en la sangre, y lo digo aunque suene a otro cliché. Mi abuelo era hincha de la Católica desde chico, de hecho, antes que empezara en el profesionalismo era de colo colo, pero se enamoró del uniforme azul y blanco. Al estadio fue siempre y llevó a mi padre que después me llevó a mí. La primera vez que mi viejo no lo acompaño al estadio porque tenía un carrete, mi abuelo lloró solo en la galería. Ya de más viejo, mi abuelo tuvo un par de ataques cardíacos viendo partidos de la Católica y se le prohibió seguirlos aunque sea por radio. Igual el viejo se las arreglaba para escuchar los partidos hasta que se empezaba a descompensar.
Yo creo que por ahí va mi enfermedad. Mi abuelo, a pesar de ser hincha de la Católica, era ateo y quizás, cambió inconcientemente al equipo por la religión. Para su funeral, en vez de ponerle un crucifijo en el pecho, mi padre y su hermana le pusieron su radio regalona, de esas típicas que los abuelos escuchan pegada al oído. Con ella mi abuelo escuchaba todos los días a JotaEme a la hora de almuerzo, razón suficiente para que mi abuela odiara a la famosa radio y al mismo Jota Eme también, tal vez, el más grande jugo de pelotas del periodismo deportivo nacional.
Con ese tipo de cosas uno se da cuenta que ser hincha de un equipo es un callejón sin salida. A mí por ejemplo, me afecta más cuando la Católica pierde un clásico con la u o con el colo que cuando pierde la selección. Y la razón es súper simple. Cuando la Católica pierde, uno tiene a todos los pelotudos de los otros equipos hinchándote las pelotas. Cuando la selección pierde, por otro lado, jamás vas a tener a un sueco o un venezolano molestándote. Con suerte vas a tener a un argentino o un peruano, si es que nos ganan. Gran parte de la preocupación de perder un partido nace de la anticipación de tener a gilipollas de otros equipos jodiéndote.
¿Para qué preocuparse entonces, dirán algunos?
Aunque ser hincha implique un sufrimiento casi constante, los momentos felices son realmente impresionantes. Uno ha sufrido tanto por el equipo que cuando llega el momento de levantar una copa, uno realmente siente que estuvo dentro de la cancha. O al menos que ayudó un poquito.
Lo raro es que uno sabe que el fútbol es una gilipollez y, así y todo, sigue yendo al estadio y corriendo el riesgo—que tampoco es tan grande—de que te pase algo, lo que se suma a gastar cuatro lucas, muchas veces para terminar sufriendo y ver a tu equipo perder. El acto no puede ser más masoquista, porque cuando eso pasa, uno se va del estadio diciendo que no vuelve más, que es la última vez que “quema” la plata en tipos que no pueden dar dos pases seguidos, pero así y todo, al fin de semana siguiente uno está de vuelta en las graderías triturando uñas y gastando la voz.
Es demasiado extraño. Todos los clichés se vuelven realidad cuando uno quiere un equipo y le canta a 11 tipos corriendo en una cancha. Y lo más raro de todo es que ser hincha es una cosa terriblemente abstracta porque lo único que queda son el nombre del equipo y los colores de la institución. Todo lo demás pasa: jugadores, técnicos y dirigentes. Pero no importa tanto, porque nosotros los hinchas también pasamos. Mi abuelo murió, pero el equipo sigue ahí. La única gran diferencia es que nuestra condena es más larga. Mucho más larga.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Manifiesto 4: Karma


Quién no ha escuchado a alguien con plata decir que los pobres son pobres porque son flojos. Y también ladrones. Y también cochinos. Casi siempre suena a excusa barata y más encima cabrona. Pero lo raro es que la clase alta y la baja, a pesar de que se miren feo y no se puedan ver, tienen harto más en común de lo que podrían llegar a admitir. Harto. Primero que todo, los gustos. Ambas clases son extremadamente pachangueras, claro que con circuitos algo diferentes. El caso es que si se va a la Sala Murano o a La Muralla de Pío Nono o a esas discos que hay camino a Puente Alto, firmado que no va a haber mucha diferencia en la música. Y las minas perrean exactamente igual.
Después vienen los trabajos. Ambas clases hacen pegas bien similares, aunque uno no lo vea así a simple vista. La gente con harta plata, por lo general, tiene algún negocio o es empresaria. La gente con poca plata, de pobla, por lo general tiene algún negocio o es empresaria. El enfoque es el mismo, pero la diferencia es la magnitud de sus asuntos. Si por un lado tienen un conglomerado, por el otro tienen un almacén. Si por un lado tienen un restaurant, por el otro lado tienen un carrito de sopaipas y así...
La última gran coincidencia es la ignorancia. La clase alta ve a la cultura como una pérdida de tiempo y en menor medida, dinero (ver documental sobre el Opus), mientras la clase baja no puede darse el lujo de perder tiempo y dinero en cultura. Las motivaciones pueden ser diferentes, pero el resultado es exactamente el mismo.
Ahora, si algo me enseñó ver la primera temporada completa de My Name is Earl, es que existe una cosa llamada Karma. Cuando Earl actuaba bien, tarde o temprano, le iba bien. Me gustaba pensar que así es el mundo allá afuera. Claro, si no suena nada de mal, pero uno igual sabe que eso no se puede aplicar completamente a esta vida. Hay tanto hijo de puta dando vueltas que es feliz y tantos puros de alma e los que les va horrible, que uno sabe que el concepto de karma de Earl no es enteramente aplicable. Ser bueno ayuda, pero no es determinante, por lo menos en esta vida. Earl entonces, era un budista a medias, un chanta encantador y con suerte.
Ahí fue que me di cuenta que ser Budista casi de verdad es lo mejor que le puede pasar a alguien con mucho dinero. En vez de decir que los pobres son pobres porque son flojos y quedar como pelotudos, podrían decir que los pobres son pobres porque actuaron mal en sus vidas pasadas. Listo, se acaba el problema. Onda, un vagabundo fue Hitler o una puta de poca monta fue alguna princesa maldita de la rusia zarista. Y eso se le dice a toda la descendencia, cosa que no sientan pena por gente que sólo está pagando sus culpas.
Claro que después viene la pillería, porque para ser budista a full hay que actuar bien siempre, o casi siempre, lo que significa que hay que ser justo con los empleados y tratar de subir el nivel de los que te rodean. Es innegable que algunos empresarios así lo han hecho, pero otros son bastante recatados en el tema. Una lástima porque a todos, si nos portamos mal, nos llega.
Como dice Earl: “Karma tarde o temprano vendrá a patearte el trasero”. A mí ya me lo ha pateado. ¿Y a ti?

martes, 13 de noviembre de 2007

Manifiesto 3: Hacerla


Uno sabe que lo logró cuando sale estirando un cigarro en una foto como esta.

martes, 6 de noviembre de 2007

Guatón Sexy


Tengo un primo neoyorkino fanático de Luis Buñuel, de esos seguidores que se saben las películas por secuencia y planos y que se adentran en recónditos detalles biográficos. Me acuerdo de una vez en que mi primo se quedó en mi depto de Montreal y de un viaje que hicimos en bus en el que me contó una historia de Buñuel que nunca se me olvidó, no se por qué. El hecho de que no se me haya olvidado es bastante decidor porque tiendo a olvidar buenas historias con más facilidad de la que quisiera. Claro que esta intro no sigue, se termina acá, no vaya a ser que se desilucionen con el cuento.
Parafraseo: Está Buñuel tomando once con su productor en algún hotel de París. Están en el bar-restaurant del hotel, obvio. También están conversando sobre los arreglos para la próxima película francesa del mismo Buñuel. En el bar hay una rubia despampanante, in-far-tan-te como dirían en Lun. Toma cualquier chica Bond y agrega una cuantas gotas más de sexo en la mirada y tienes a esa rubia. El productor tiene el campo abierto para mirar a la chica en todo su explendor y termina fijando su mirada en ella. Buñuel, desafortunadamente para él, da la espalda al bombóm. El productor es un gordito cincuentón sin mayor atractivo, pero como es hombre, igual intenta coquetear. “Si me mira es porque no estoy tan acabado”, piensa el tipo con esperanza.
Buñuel habla y habla sobre el próximo film y nota que el productor está algo ido. “¿Pasa algo?”, pregunta Buñuel. “No, no pasa nada”, responde el gordito tratando de pasar piola.
Al otro lado, la rubia le ve algo al gordo y empieza a flirtear. Lo mira y lo mira al gordo sin parar. El productor no lo puede creer y se despreocupa de lo que habla Buñuel.
“¿Pasa algo?”.
“No, Luis, sigue no más”.
El gordo no entiende mucho, pero se empieza a sentir seguro cuando un tipo atractivo y adinerado se le acerca a la rubia y esta se lo saca de encima con poca sutileza para seguir mirando hacia su mesa. “De verdad debo gustarle”, piensa el guatón, ahora con definitivo entusiasmo.
Mientras tanto Buñuel sigue bla, bla, bla hasta que para en seco. Se da vuelta a mirar qué es lo que distrae al guatón y se encuentra con la rubia infartante.
“Ya entiendo”, le dice al gordo. “La mina esa está en celo, pero nosotros somos dos profesionales, no?. Si quieres vas hacia ella y le hablas y no hay drama: dejamos esto para mañana. Claro que si te quedas en la mesa conmigo, me tienes que escuchar. No quiero perder saliva hablando por las puras”.
“Luis, todo bien. Yo te escucho. Somos dos profesionales”, contesta el gordito con su cancha de productor de pelis.
Buñuel retoma la conversación y pasan un par de minutos. Es el gordito el que ahora interrumpe. “Luis, tienes razón. No puedo concentrarme. No se qué me ve, pero esa rucia no para de mirarme. Voy a hablarle y si no vuelvo en cinco minutos retomamos esto mañana”.
Buñel lo mira sin decir nada, pero le hace un gesto para que vaya. Y el gordo se para y va.
La conversación del gordo con la rubia marcha de las mil maravillas. Ella se ríe de todo lo que él dice y el se siente encantador. No hay necesidad de tomar un segundo trago. Ella deja la pelota dando botes para que él la invite a subir a su habitación. Y él, obvio, la invita.
Suben y hay besos en el ascensor, toqueteos también. El botones mira para otro lado mientras el gordo se mentaliza en hacer un papel digno y en no irse demasiado rápido. Finalmente llegan a la pieza y los besos son más largos y los agarrones más bruscos. El gordo toma sus pechos y los muerde pretendiendo ser una fiera. Ella se ríe. El gordo se envalentona y se calienta con la risa y decide acortar el preambulo. Le saca la blusa primero y cuando finalmente se desliga del sostén, nota que la rubia tiene algo escrito en sus pechos: “Gentileza de Luis Buñuel”, dice el pedazo de carne más insolente de la historia.
“!Buñuel hijo de puta!”, grita el gordito con más pena que rabia y cae al piso de rodillas.
Muy productor habrá sido, pero tardó años en recuperar el orgullo.

domingo, 28 de octubre de 2007

Máquina de Huesos


Muchos músicos constantemente alegan que lo que hacen, los críticos siempre terminan poniéndolo en una categoría. Eso es culpa de ellos. Jack White de los White Stripes dice que cuando rockea, los críticos dicen que sus canciones son "zeppelinesque". Cuando se tranquiliza, sus canciones son "beatlesque".
Malas noticias, Jack, porque cuando juegas rudo de verdad suenas a zeppelin, y cuando apuestas por la melodía de verdad suenas a los beatles, un gran honor, por cierto.
¿Es eso tan malo?
Si pretendes reinventar la música puede ser horrible, pero si quieres ser una buena banda, que la gente te vaya a ver y compre tus discos, sonar a algo puede ser lo mejor que te puede pasar.
En eso, hay que poner las cosas en la balanza. Tom Waits viene reinventando la música hace rato, pero nunca va a vender como Jack White simplemente porque no le importa. Además, Waits no se queja de las clasificaciones de los críticos porque ninguno puede clasificar lo que hace. Cuando se trata de Waits uno puede decir aquí hay jazz o folk o música industrial orgánica, pero uno no puede decir "esto suena a Dylan o a Pet Shop Boys".
Es cosa de revisar su carrera. Su albúm debut, "Closing Time", es lo más clasificable de lo que hizo porque sonaba a trovador acústico en la línea del mismo Dylan o Nick Drake, justo en el tiempo en que fue telonero de Frank Zappa. En esa gira lo pasó mal, nadie lo entendió.
Después vinieron una seguidilla de discos en el que el jazz fue incrementando su presencia. Para su cuarto albúm, "Small Change", ya no había guitarra, sólo una banda de jazz que no sonaba tanto a jazz, en la que Waits se encargaba del piano. También hay que decir que con el correr de los años su voz se hizo cada vez más rasposa, como si la hubiese remojado en bourbon y un par de cajetillas todas las noches.
Pero justo cuando la gente se acostumbraba al poco convencional jazz de Waits, el cabrón dio otro gran giro. Volvió a tomar la guitarra, pero esta vez, para tocar una especie de blues (por decir algo) sacado del infierno. Sucia-sucia la música, pero a la vez, tremendamente bella. Un escupo rabioso y sublime. De esa época viene su trilogía mejor lograda: Swordfishtrombones, Rain Dogs, y Frank´s Wild years.
Paralelamente, Waits hacía una que otra pega de actor. Extremadamente recomendable es Down by Law, la peli que hace con Roberto Benigni y John Lurie, dirigida por Jim Jarmush. En ella Waits, Benigni y Lurie comparten una misma celda, se llevan pésimo, pero escapan juntos. Benigni no habla inglés, y los otros dos lo tienen de perrito faldero. Pero todo funciona, sobretodo si hay un par de canciones de Rain Dogs en el soundtrack.
Actuando conoció a su esposa en los setenta, la actriz Kathleen Brennan. Waits dijo que se enamoró cuando la vio perforándose el labio en una apuesta y ponerse a tomar café un rato después. Con ella se compró un rancho en California donde vive hasta el día de hoy. La gente que vive cerca tiene suerte porque Waits se presenta a tocar en la taverna del lugar de vez en cuando. Increíble, porque Waits no sale mucho de gira.
Durante los noventa el hombre se industrializó, se puso pesado, sin abandonar sus oscuras baladas marca registrada. Bone Machine es un gran albúm en que pareciera que las percusiones fueran hechas con huesos humanos en vez de baquetas.
Lo importante es que Waits es de esos tipos que inventan géneros, que lo abarcan todo, como García Márquez: todo el que hizo realismo mágico después de él pareció un impostor. Con Waits es parecido, pero nunca tanto, porque nadie se ha atrevido a imitarlo. Habría que ser muy cara de raja.

lunes, 22 de octubre de 2007

Harold and Maude


No pude evitar acordarme de Harold and Maude, una peli de culto del cine norteamericano, cuando supe de la muerte de Adelfa, la esposa argentina de 82 años, recién casada con Reinaldo, un tipo que se empinaba por los tiernos 24. El doctor de Adelfa dice que murió porque vivió emociones demasiado fuertes al darse cuenta que los medios argentinos le estaban dando duro a su amor. Al parecer, razones hay. Reinaldo sabía de la crítica condición de su esposa desde la noche del viernes. Aún así, hasta hoy lunes en la noche el hombre todavía no aparece.
Harold nunca le hubiera hecho eso a Maud.
A pesar del rico humor negro del film (H and M fue escogida por Bravo en el puesto 42 de las 100 pelis americanas más chistosas), el celuloide mostraba una historia de amor verdadera entre un teenager y una viejecita. En este caso, razones para el romance habían hartas.

Harold era un chiquilín de familia acomodada bastante travieso que mataba el tiempo inventando diferentes simulacros de suicidio y asistiendo a funerales de gente a la que no conocía. Aunque esto suena a Chuck Palahniuk, hay que tener en cuenta que el film fue rodado en 1971 y que fue ayudado a entrar al panteón del cine de culto por las grandiosas canciones de Cat Stevens (recomiendo bajar Don´t be shy e If you want to sing out, sing out, compuestas especialmente para el film).
El caso es que en los funerales, Harold empieza a avistar a Maude, lady que se encuentra en las ceremonias por razones poco claras. Ambos se hacen amigos y comienzan a frecuentarse. Maude tiene un número tatuado en el antebrazo, signo de que es una sobreviviente del Holocausto. Harold es un niño con todas las necesidades cubiertas, lo que también lo hace ser un niño con la necesidad de hacer pelotudeces. La mezcla es dinamita, porque el triste pasado de Maude la hace ser una señora que vive cada momento a concho, así, hasta el último sorbo. El loco de Harold acepta ir por el viaje, a pesar de que ni siquiera tiene la suficiente edad para conducir, y se enamora en el proceso. Perdón, ambos se enamoran en el proceso. Hay sexo implícito, no mucho, pero hay. Y lo que es mejor, hay onda, demasiada onda entre Harold and Maude. Aquí es entonces, donde la historia de Reinaldo y Adelfa entra a la ecuación: ¿Habrá habido tanta onda entre ellos dos? ¿Tanta como la de Harold and Maude? Espero que sí.
Adelfa, loca linda. Descansa en paz.

jueves, 18 de octubre de 2007

Bazán podcaster: Clics y Colgados

Para los que no pasan por www.podcaster.cl, he aquí un par de podcasts embebidos de mi última cosecha. Si les gustan o se sienten curiosos, vayan a podcaster y escuchen la infinidad de programas que están ahí listos para ser subidos (o bajados). Ya iré embebiendo más capítulos...

CLICS 66
Wena Naty nos movió el piso, es chistoso, pero es grave. En España, novios despechados suben material comprometedor de sus exces sin que nada pase. Bazán dice que mientras no haya legislación al respecto, el asunto pasa por un castigo social a la gente que sube estos videos.



COLGADOS DEL ALAMBRE 66
Según El Economist, lo que se viene fuerte es la publicidad a teléfonos celulares. Bazán traduce y procesa las razones por las que el celu, se puede convertir en una insuperable manera de llegar a un público específico.

martes, 9 de octubre de 2007

Manifiesto 2: Poetas


Habrá algo más redundante que un poeta? O la poesía como género? Se necesita la poesía cuando el mundo está lleno de ella? Alguna vez escuché que un poeta no es más que un escritor mediocre, alguien que no tiene los suficientes huevos para darse a entender, ni la suficiente disciplina para escribir en prosa. Estoy de acuerdo. En el fondo, un poeta es como esos huevones que andan con rastas y se creen elegidos por el sólo hecho de tenerlos. También porque ambos--poetas y rastas--son pura estética, pura onda, puro aire. Si algo tienen en común Ginsberg, Neruda y Whitman es el show, la gran pose que los hizo inmortal.
Ojo que no quiero tocar a grandes poemas épicos y a los hombres que los escribieron: Homero, Virgilio, Dante, Milton...Ahí habían historias, desarrollo de personajes, el pulso de eras enteras. Mi problema es con los chantas a los que no se les entiende nada y los chantas que los leen y creen entender lo que los chantas escriben.
Está bien, la poesía no vende, pero es un vicio que sigue vivo y que va a seguir existiendo. Puede ser que no le haga daño a nadie, pero yo creo que sí: dentro de los poetas y sus pequeños círculos hay harto de enemistad, de snobismo, de ninguneo de los que están afuera viviendo vidas de verdad.
Y bueno, también está eso de que un poeta, al ser un poeta, por default niega la existencia de la poesía afuera de su oficio. Por mi lado, he visto más poesía escrita en crónicas preciosas o novelas incomparables. Un poeta es una víctima o, en el mejor de los casos, un matemático preocupado de la métrica y boludeces por el estilo. Un escritor es un victimario y, en el peor de los casos, o en el mejor (depende de dónde se mire)un hijo de puta sin talento.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Manifiesto 1: Mentir


Probablemente la literatura es unos de los pocos oficios que premia al que miente. Un buen escritor de ficción debe mentir más que los peores políticos, banqueros o empresarios. Y debe hacerlo con gracia, con frases gancho y con mucho descaro. El escritor autoreferente puede escribir una primera gran novela, pero la segunda será una mala copia de la primera. Pasa todo el rato.
Qué importante es saber mentir bien, tomar una punta de algo y transformarlo en otra cosa. La otra vez pensaba que, aunque esté comprometido, un escritor siempre tiene que pensar como soltero. Por lo menos al momento de escribir. Siempre las posibilidades tienen que ser infinitas al momento de poner un encuentro con una mujer en papel. Siempre se debe pensar como degenerado, aunque uno no lo sea, y siempre se tiene que pensar como caballero, aunque uno no lo sea.
Es como los que coleccionan chiches de guerra y leen libros sobre batallas y se obsesionan con líderes militares, pero que si tuvieran la posibilidad de pelear, lo harían mortificados, a punto de hacerse en los pantalones. Parece una contradicción, pero no lo es porque, en el fondo, están escribiendo literatura en su mente. Por eso da lo mismo que el escritor sea cobarde en la vida real, todo lo que importa es que sea un perro que ladre fuerte. Y que mienta fuerte también.
Ayer veía en ISAT a Carlito´s Way, otra peli en la que Al Pacino hace de mafioso, con Sean Penn como su abogado judío que termina siendo más mafioso que el mismo Pacino. Qué mundo el de la mafia. Increíble. Si uno no quiere envejecer, casarse, tener hijos y por otro lado, quiere mujeres bellas, piscolas de 18 lucas en puti clubs y ganar la plata de todo un año en una noche--la mafia es la opción. En la mafia, todo lo bueno y lo malo del mundo real se multiplica por 10. Por eso mucha gente se marea adentro de ella, aunque también es verdad que a mucha gente le gusta la sensación de mareo.
A un escritor tiene que gustarle el mareo, aunque sea inducido a cabezazos contra la muralla de su habitación. Hay que querer ser Al Pacino en Carlito´s, ir a la guerra en invierno, tomar piscolas de 18 lucas en Passapoga, tener una vida apacible en un balneario con el peso de un secreto incontable. Hay que querer hacer todo y ser todos. La mentira tiene un potencial hermoso y devastador. Porque al final del día, nosotros somos nuestros propios escritores favoritos. Siempre.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Marketing para ignorados


Estados Unidos es un país de extraños fenómenos. Impensados imperios nacen de la nada y compañías enteras se desmoronan por azares de caprichosos mercados sin que nadie lo note. Las cuentas nunca son demasiadas claras ni demasiado difusas, y así, el típico buscador del sueño americano puede ir de la riqueza a la banca rota y de la banca rota a la riqueza unas cuantas veces antes de morir. Es exactamente esa búsqueda la que define al americano ganador, pujante, exitoso. Saber vender cuenta más que saber qué producir o saber difundir. En Estados Unidos el marketing es rey en todo momento, incluso cuando no se está marketeando nada.
El más claro ejemplo es Pabst Blue Ribbon, una cerveza creada en Millwaukee y que ha venido en franco descenso desde mediados de los setenta. Desde ese tiempo hasta principios del 2000, Pabst apenas invirtió en estrategias marketeras para hacer frente al poder de grandes compañías cerveceras como Budweisser, Miller y Coors. Los ejecutivos de Pabst optaron por reducir costos operativos y mantener los precios del producto comparativamente bajo. La idea era seguir produciendo Pabst hasta que el negocio fuera inviable o la marca fuera comprada por una compañía más grande. Eso, hasta el gran golpe de suerte.
A principios del 2001, el rockero-rapero Kid Rock aparece en público usando un cinturón con el logo de Pabst Blue Ribbon en la hebilla. A eso se sumaría la organización de un Pabst Bowl por un grupo de snowboarders profesionales el mismo día del Super Bowl, la gran final del fútbol americano. En Portland, cientos de mensajeros en bicicletas ya habían hecho de Pabst su cerveza de culto. Algo no menor, considerando que en las grandes urbes de Estados Unidos, los mensajeros son vistos como tipos gozadores de la buena vida—generalmente anti sistémicos—que fuman marihuana y toman cerveza mientras esperan por su próxima encomienda. Sin querer queriendo la marca se hizo notar y en sólo unos meses, Pabst se vio asociada a una imagen algo ruda, llena de testosterona, pero también cínica y alternativa ante las tribulaciones del gran marketeo cervecero, algo que los ejecutivos de la marca no se hubieran imaginado en sus sueños más salvajes.
Así, las ventas de Pabst empezaron a multiplicarse de a poco. De los cuarenta bares que distribuían la cerveza en Portland, se pasó a casi cuatrocientos en menos de tres años. Las ventas en Chicago se incrementaron en 139% en 2003 y la cerveza ya se vende en los bares más chic de la costa noroeste que incluye grandes ciudades como Nueva York y Boston. En su libro No Logo, Naomi Klein predice fenómenos como este, atribuyéndolos al cansancio de un segmento de la población con las agresivas tácticas de mercadeo por años exhibidas por las grandes empresas. Mucha gente se siente invadida con publicidad, lo que se confirma en el billón de dólares anual que gasta la industria cervecera estadounidense solo en ese concepto. En el caso de Pabst, son los consumidores los que le dan la imagen al producto. Ellos son los que se empapan con la marca y cada vez que la compran, de alguna forma u otra, sienten ir contra el sistema que los cobija.
Pero el hecho de que Pabst sea consumida a menor escala por liberales de corte rudo y alternativo, no hace a Pabst menos empresa que sus poderosos rivales. Desde el boom en el consumo de la marca a principios del 2002, los encargados del marketing empezaron a tirar líneas para capitalizar el fenómeno. Primero pensaron en publicidad orientada a la gente desencantada con las fastuosas campañas promocionales de las grandes marcas. Luego, el mismo Kid Rock se ofrecería para encabezar el relanzamiento de la marca en Norte América, pero todo quedó en nada. O casi. Los ejecutivos de Pabst decidieron mantener el bajo perfil de la marca, optando por no comprar publicidad en los medios y no firmar a Kid Rock como la cabeza de su imagen corporativa. Hacerlo hubiera sido el principio del fin, ya que los consumidores que le dieron un segundo aire a la marca, serían los primeros en dejar de consumirla. El objeto de culto habría dejado de serlo y Pabst habría entrado a competir derechamente con las cientos de pequeñas compañías que intentan quitarles una tajada del mercado a las grandes cerveceras.
En Pabst entonces, entendieron que a veces, es mejor no dar la pelea y dejar que el producto tome su propio rumbo.
Una manera de asegurarse que el producto tome el mejor rumbo posible es contratando representativos de marca para que vayan a terreno. La empresa contrató a unos cuantos y los empezó a mandar a bares y parques cargados de parafernalia Pabst. Llegaban y le decían al barman que trabajaban para Pabst y que querían observar el comportamiento de los consumidores. Tarde o temprano se corría la voz que el “tipo sentado en la barra” trabajaba para Pabst. Llaveros, poleras y encendedores volaban en pocos segundos. Incluso, en algunas oportunidades, representativos fueron literalmente despojados de todo lo que tuviera la palabra Pabst escrito encima. El culto a la marca ya se podía palpar en terreno, no solamente en cifras.
Algo similar pasó con Vice Magazine, una revista gratuita de corte irónico, con tendencia a lo políticamente incorrecto. La revista, que fue fundada en Montreal, Canadá, por tres ex heroinómanos, tuvo un inesperado crecimiento que trascendió el underground de su ciudad. La victoria fue tal, que Vice movió sus oficinas principales a Nueva York, tan solo un par de años después de haber sido publicada por primera vez. Tras el éxito inicial de la revista, todos los avisadores que querían llegar a un público joven, alternativo e intelectualoide se volvieron locos comprando publicidad en sus páginas. Consecuentemente, la revista se empezó a distribuir en ciudades como Boston, Toronto y la misma Montreal abarcando un mercado de más de cien millones de personas. A finales de los noventa—los ya exitosos amigos—empezarían a vender productos Vice en su página web y su imperio mediático pasaría a ser avaluado en diez millones de dólares. Todo, sin jamás entrar a competir directamente con los diarios locales o los poderes fácticos que abundan en la América mediática. Después de Vice, muchos se darían cuenta que los consumidores de prototipo alternativo son tan o más consumidores que sus pares mas convencionales. Prueba de ello son la cantidad de revistas que han salido durante la última década en diferentes ciudades de Estados Unidos y Canadá tratando de emular el estilo Vice.
Aunque el mercado alternativo en Chile es tan reducido como lo es el mercado en sí, su existencia es innegable. La masificación de las fiestas Blondie a través de los años, sumado a la nueva y variada camada de bandas de rock entrega un parámetro. También nos lo da los más de 200,000 ejemplares vendidos cada quincena por The Clinic, una publicación que en las ciudades más liberales de Norte América no tendría problemas para vender muchos y caros espacios publicitarios. Patricio Fernández, ex director de The Clinic, se quejaba hace un tiempo en una editorial del poco interés por avisar en su revista, esto a pesar de los grandes números de circulación que esta ostenta. Quizás en ese sentido al avisador chileno le falta madurez para comprender que la gran mayoría de los productos son comprados tanto por personas de carácter ecléctico como de carácter convencional. Ignorar la diversidad de los consumidores, es ignorar la diversidad del mercado. Así de simple. Es por eso que los ejecutivos de Pabst decidieron seguir dándoles a sus anti sistémicos clientes el producto que ellos quieren consumir. Es por eso que muchas empresas estadounidenses aprovecharon el espacio que Vice abrió para llegar a consumidores generalmente ignorados. Aquí en Chile hay tarea adelantada. Muchos de esos espacios ya están abiertos. Sólo falta que las empresas que quieran ampliar su base de consumidores los aprovechen. No se arrepentirán.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Judío Wannabe: la lista es indiscutible


Siempre me he sentido un judío entrampado en un cuerpo de un cristiano. Aunque no esté de acuerdo en algunas cosas que hacen, los admiro. Los tipos fueron pisoteados y humillados por siglos y así y todo, se dieron el lujo de crear en las situaciones más horrendas, algo que el pueblo palestino, el mismo que lucha sin parar, no puede decir con la misma fuerza. Tanta religión y fanatismo simplemente los cegó.
El judío en cambio, siempre supo que para influir y darse a conocer, tenía que trabajar dos veces más fuerte. O tres. Mucho se habla del holocausto, pero en las universidades norteamericanas, incluso bien adentrado en los años cincuenta, habían cuotas para estudiantes judíos. O sea, cinco podían estudiar leyes, cinco medicina y así...no importaba si eran más capacitados que el resto, si la cuota se llenaba, estaban fritos. Es por eso que acá hago una lista con judíos tremendamente influyentes del siglo XX. Traté de pensar en algún palestino que la haya rompido en el campo de la cultura y no se me vino nadie a la cabeza. Creo que eso algo dice sobre las prioridades de ambos pueblos. Acá la lista:
Bob Dylan
Stravinsky
Marc Chagall
Leonard Cohen
Beastie Boys
Paul Auster
Marcel Proust
Saul Bellow
Philip Roth
Michael Chabon
Arthur Miller
Brian Epstein
Stanley Kubrick
Peter Sellers
J.D Salinger
Mordecai Richler
T Rex (Marc Bolan)
Leonard Bernstein
Roy Lichtenstein
Gertrude Stein
Man Ray
Norman Mailer
Kirk Douglas
Lou Reed
Wynona Rider
Natalie Portman
Tony Curtis
Hermanos Marx
Isaac Asimov
Paul Simon
David Geffen
Kafka
Walter Benjamin
Lee Strasberg
Harvey Keitel
Primo Levi
Don Francisco
Spielberg
Paul Newman
Dustin Hoffman
Allen Ginsberg
Scarlet Johanson (mitad)
Tía Sonia
Walt Whitman (siglo XIX pero lo pongo igual)
Ben Stiller
Einstein
Freud
Woody Allen
Joey Ramone
Paul Celan
Seguramente se me quedan en el tintero unos cuantos, pero solo Dylan, Spielberg y Scarlet Johanson nos dan una idea de la gran influencia judaica en nuestro mundo pop. Esperemos que al pueblo palestino alguna vez se le dé el espacio para crear, tal como los judíos lo han tenido a pesar de todas sus restricciones. Cualquier omisión, por favor, agregar a la lista. Gracias.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Pruebe y lleve: Chile Pop, ejemplo II: Comercial Indio Firestone


“Si camino no hablar, ser Firestone que venir”, es una de las frases más celebres de la publicidad chilena. El comercial, protagonizado por el actor Luis Alarcón y dirigido por el cineasta Silvio Caiozzi, salió al aire como el último aletazo de la multinacional Firestone para quedarse en Chile. La empresa andaba mal de finanzas en tiempos en que los neumáticos Good Year dominaban sin contrapeso el mercado nacional. Entonces se decidió hacer una última campaña publicitaria antes de abandonar definitivamente la lucha con la competencia. Si la campaña no andaba, Firestone se iba de Chile. Así de simple.
Los creativos de una pequeña agencia que ya no existe echaron a andar las neuronas. Y contactaron a Caiozzi para que plasmara la idea del indio y del camino en imágenes. Al director de Julio Comienza en Julio le encantó el concepto y decidió trabajar con la idea de comedia fina en la cabeza. “El problema es que los de la agencia presentaron una versión similar a la gerencia de Firestone”, recuerda el mismo Caiozzi. “La diferencia es que usaron un lenguaje más caricaturesco para describir el comercial: describieron al indio saltando, exclamando y haciendo cosas”.
Caiozzi se fue por un camino diferente y decidió jugar con el ruido del viento y el silencio del desierto. En ese contexto, Alarcón cumplía el rol de un indio parco y conocedor absoluto de su entorno que terminaba sorprendiéndose con la suavidad de los neumáticos Firestone. El comercial era artístico y entretenido a la vez, como un buen corto cinematográfico.
A la agencia de publicidad le encantó el resultado y luego se lo mostró a la cúpula de Firestone. Los gerentes dicen que lo que ven está bien, pero uno de ellos pide una copia para mostrársela a algunos amigos. Error.
“Al día siguiente me llama el dueño de la agencia”, recuerda Caiozzi. “Totalmente desesperado me dice que de Firestone lo habían llamado para decirle que el comercial era lento, fome y que necesitaba música urgente.”
Caiozzi quedó totalmente descolocado. Ponerle música al spot significaba irse en picada contra el concepto mismo del comercial. El director discutió lo que pudo, pero en la agencia le dijeron que era eso o nada. Resignado, Caiozzi accedió a llamar a un amigo músico para ver qué podía hacer.
“Llamé a Domingo Vial para que viera el comercial con la idea de que él le pusiera la música. Cuando se lo mostramos, Domingo estaba rojo de rabia y apenas terminó de correr la cinta dijo que el film estaba perfecto así, que él no le ponía ni una sola nota de música a las imágenes. Luego pegó un portazo y se fue”.
Ya no había más tiempo. El dueño de la agencia decidió sacar el comercial al aire sin música y le pidió a Caiozzi que por mientras buscara a alguien para que musicalizara el asunto. No hizo falta. Al día siguiente salió el comercial del indio en la tevé, convirtiéndose en un éxito instantáneo y absoluto.
Junto con el éxito del spot, las ventas de neumáticos Firestone se elevaron considerablemente, evitando así que la compañía se fuera de Chile. Luego de ver el triunfo del indio en el silencio del desierto, el gerente de la marca llamó a sus amigos para preguntarle por qué le habían recomendado musicalizar y cambiar el comercial. “Te estábamos hueviando”, le respondieron.
Meses más tarde el indio de Firestone ganaría el festival de publicidad más importante del mundo: Cannes.

martes, 28 de agosto de 2007

Miraslava

Roberto Santaguida es un genio. Hijo de inmigrantes italianos, fue mi compañero de departamento por un año en Montreal, Canadá. Era el tipo de hijo de puta que conquista a las minas con timidez, haciéndolas sentir como si fueran el centro del universo, pero de manera sutil, sin sobreactuación.
Santaguida era todo o nada. Podía despertarse todos los días a las siete de la mañana para escribir guiones. Su pieza era un asco. Tenía un colchón en el piso donde follaba a su novia a la que nunca escuché gemir. Una lástima. Al lado de su cama había una caja de cartón donde ponía los condones usados, los que raramente vaciaba en el tarro de la basura de la cocina. Su madre nacida en Napoli jamás lo hubiera dejado hacer eso, pero como su amigo, sólo me quedaba encontrar su decadencia encantadora. Santaguida es de esas personas que nunca fracasarán por falta de esfuerzo. Cualquier cosa menos falta de esfuerzo. A los veinte entró a la escuela de cine de Montreal. Su boleto de ingreso fue este pequeño corto llamado Miraslava. Alguna vez creí que Santaguida era como mi hermano. Error. Ser hermano postizo de un gringo es más difícil que encontrar a un perro poodle un animal sexy. Claro que Miraslava, su opera prima, no se toca. Check it out.


miércoles, 22 de agosto de 2007

Pruebe y lleve: Chile Pop, Ejemplo I


Hasta que con Paz y Salinas no hagamos un blog Enciclopedia Pop, voy a ir tirando de vez en cuando una que otra palabra que iría en el libro. Aquí abajo, un pelo del monstruo que estamos creando.

Chacal de la trompeta: La sección del chacal de la trompeta en Sábados Gigantes es quizás el primer indicio de la tevé reality en Chile: El público en el estudio se manifiesta y un tipo hace de jurado exclusivo eliminando o salvando participantes. En ese sentido, el chacal va de la mano con tiempos más autoritarios. El debate entre jurados no existe y si al encapuchado no le gusta la cara o la ropa del participante, eso ya es motivo suficiente para hacer sonar su trompeta después de dos segundos de show.
Todo lo que se sabe del chacal es que es trompetista profesional, que vive en Chile y que viaja dos veces al mes a Miami a hacer y producir su segmento. Él mismo elige los concursantes y organiza los castings para su espacio. Aparte de eso, el hombre se preocupa de separar lo público de lo privado celosamente. Al chacal no se le va a encontrar bailando en la Kamasú o haciendo polémicas en SQP.
Claro que la mística del chacal va precisamente asociada a su completo estado de anonimato. Nunca se ha revelado ni la cara ni el nombre del trompetista por explícita petición del personaje mismo. Sandra Alzugaray, productora de Sábado Gigante comenta: “Tengo entendido que el hombre detrás del disfraz ha sido el mismo siempre. Partió muy joven y la verdad es que nunca se ha querido dar a conocer y no permite que demos su nombre. Puede que sea una cosa de cábala o algo por el estilo, pero eso tampoco es tema para nosotros, ya que tampoco nunca nos han preguntado”.
Chacal: verdugo de verdugos, señor de señores. Esta enciclopedia ofrece un poco de dinero por una foto tuya a rostro descubierto. ¿Estás?

martes, 21 de agosto de 2007

Esto es Clics


joder. siempre me resistí y aquí estoy. se supone que esto es el futuro. o el presente. el caso es que llevo más de cien podcasts y no tengo un blog y ahora tengo un blog porque la verdad, llevo más de cien podcasts y era una pelotudez no tenerlo.

escribo esto y pienso en solabarrieta (vamos que se puede!!) y también pienso en qué tipo de blog va a ser esto:

a) autocomplaciente y mal diseñado

b)compulsivamente onanista y mal diseñado

c)fome y mal diseñado

d)demasiado real para ser verdad y mal diseñado

bueno, veamos qué pasa, veamos quién lee. esta es la patada inicial. esto es clics.