miércoles, 25 de marzo de 2009

La guerra contra la guerra a las drogas



Evo Morales masca hojas de coca en Austria. Y lo hace en la primera sesión de la convención de la ONU que decidirá el futuro de las drogas por, al menos, la próxima década.

Rudo. Desafiante. Un swing de derecha a la cara del establishment.

Pero Evo tiene sus razones. Hay evidencias de que ese establishment mundial sólo ha venido a empeorar las cosas en sus más de 30 años de batalla contra las drogas. Y no se trata de asumir el discurso del tipo que consume pitos y que quiere que le bajen los precios y que (por qué no) lo dejen de perseguir por consumir.

El punto aquí es que la guerra contra las drogas ha generado miles de víctimas en todo el mundo, millones de encarcelados y millones de millones de recursos tirados prácticamente a la basura.

En Chile, Álvaro Bardón, el fallecido economista y ex presidente del Banco Central durante el gobierno de Pinochet, fue un ferviente defensor de la despenalización de las drogas. No porque las usara, ni porque le gustaran, si no porque, según Bardón: “La corrupción se generaliza, y aumentan el crimen, los muertos por la mala calidad de las drogas y los encarcelados: madres de poblaciones y jóvenes. Hay que malgastar nuestros recursos en nuevas prisiones y tener más policías, los que deben abandonar la lucha contra el crimen tradicional para perseguir estos delitos artificiales, que no existirían si, como ocurrió por miles de años, esta actividad fuera legal, como el alcohol, el café y los cigarrillos.”

Excepto por César Barros, presidente de los salmoneros, el discurso de Bardón en este tema jamás tuvo eco en la derecha, ni en la económica, ni menos en la conservadora. Sorprendentemente, tampoco encontró apoyo en la Concertación, salvo por una que otra excepción (Nelson Ávila levantó olas transversalmente cuando apoyo públicamente la despenalización de la marihuana). Queda claro que no es negocio estar a favor de la despenalización de las drogas, sobretodo si se quiere ser reelegido.

Lo de Evo en Austria, aunque pueda ser calificado como un mero acto de insolencia y payaseo, no lo es tanto. El debate que quiere instaurar la ONU va mucho más allá de potenciar más sanciones contra los que venden y compran drogas. Hasta ahora, la guerra contra los narcóticos no ha producido una disminución en el consumo. Según la revista inglesa The Economist, hace diez años, un 5% de la población mundial adulta era consumidora de alguna sustancia ilegal. Hoy, el porcentaje sigue siendo el mismo. Lo mismo ha pasado con la producción de cocaína y opio: se ha mantenido, mientras la producción de marihuana se ha incrementado.

Y en el proceso han sido miles los encarcelados por porte y tráfico y miles los muertos consecuencia de las guerrillas propias de mercado negro. Dos ejemplos: en Estados Unidos, anualmente, un millón y medio de personas son arrestadas por alguna ofensa al código de drogas. Medio millón cumple algún tipo de sentencia penal. En México son seis mil las personas muertas cada año en la sangría que se da entre narcotraficantes, pandillas y policías. Casi el doble de las personas que registró el informe Rettig aquí en Chile.

The Economist, fiel a su corte liberal en lo económico y moral, hace poco escribió una editorial suscribiéndose a la despenalización de las drogas. Uno de sus argumentos más fuertes está en la comparación de países liberales versus países conservadores. Noruega y Suecia, por ejemplo, tienen las mismas tasas de adictos, siendo que el primer país es permisivo y el segundo más estricto en su política de estupefacientes.

Cifras como esas, dice The Economist, son prueba de que, si los mismos fondos que son destinados a la guerra contra las drogas son destinados a la prevención y al tratamiento de las mismas, la diferencia entre las tasas de consumidores no serían demasiado grandes, pero sí la cantidad de dinero que le entraría al estado por concepto de impuestos.

Sin duda, la legalización de las drogas no es un camino fácil. La baja de precios las puede hacer más masivas de lo que actualmente son. Los crímenes bajo “la influencia de” también podrían verse incrementados. Pero también sería el fin de los narco millonarios, de los carteles y de los arrestos por posesión. Al menos, disminuirían notablemente. Y eso es lo que se tiene que discutir precisamente durante estos días en Austria. ¿Es conveniente seguir en este status quo de ilegalidad que trae más ilegalidad? ¿O es hora de cambiar el disco y darle a la gente la opción de decidir que realmente se merece?

Tanto fracaso en esta batalla da para tomar en serio al fallecido Bardón. Acá otra de sus frases cargadas de sentido común: “La política correcta no es la prohibición y la cárcel para los pobres, sino la información, la educación, la prevención y la rehabilitación. Es un tema de salud pública, y no de tribunales, policías y cárcel. El prohibicionismo fracasó con el alcohol, al igual que ocurriría con la nicotina o la cafeína, y como se aprecia con las otras drogas. Muchas de éstas son para algunos como medicinas -la marihuana-, y su prohibición para los adultos es una violación de la libertad personal, impropia de gente que se gana la vida hablando de la democracia”.

Quizás, es necesario que Nelson Ávila también viaje a Austria. Y prenda un porro en representación de todos los que quieren despenalizar algo que hasta hace 100 años jamás se penalizó.

Y así nos fue.

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