martes, 6 de noviembre de 2007

Guatón Sexy


Tengo un primo neoyorkino fanático de Luis Buñuel, de esos seguidores que se saben las películas por secuencia y planos y que se adentran en recónditos detalles biográficos. Me acuerdo de una vez en que mi primo se quedó en mi depto de Montreal y de un viaje que hicimos en bus en el que me contó una historia de Buñuel que nunca se me olvidó, no se por qué. El hecho de que no se me haya olvidado es bastante decidor porque tiendo a olvidar buenas historias con más facilidad de la que quisiera. Claro que esta intro no sigue, se termina acá, no vaya a ser que se desilucionen con el cuento.
Parafraseo: Está Buñuel tomando once con su productor en algún hotel de París. Están en el bar-restaurant del hotel, obvio. También están conversando sobre los arreglos para la próxima película francesa del mismo Buñuel. En el bar hay una rubia despampanante, in-far-tan-te como dirían en Lun. Toma cualquier chica Bond y agrega una cuantas gotas más de sexo en la mirada y tienes a esa rubia. El productor tiene el campo abierto para mirar a la chica en todo su explendor y termina fijando su mirada en ella. Buñuel, desafortunadamente para él, da la espalda al bombóm. El productor es un gordito cincuentón sin mayor atractivo, pero como es hombre, igual intenta coquetear. “Si me mira es porque no estoy tan acabado”, piensa el tipo con esperanza.
Buñuel habla y habla sobre el próximo film y nota que el productor está algo ido. “¿Pasa algo?”, pregunta Buñuel. “No, no pasa nada”, responde el gordito tratando de pasar piola.
Al otro lado, la rubia le ve algo al gordo y empieza a flirtear. Lo mira y lo mira al gordo sin parar. El productor no lo puede creer y se despreocupa de lo que habla Buñuel.
“¿Pasa algo?”.
“No, Luis, sigue no más”.
El gordo no entiende mucho, pero se empieza a sentir seguro cuando un tipo atractivo y adinerado se le acerca a la rubia y esta se lo saca de encima con poca sutileza para seguir mirando hacia su mesa. “De verdad debo gustarle”, piensa el guatón, ahora con definitivo entusiasmo.
Mientras tanto Buñuel sigue bla, bla, bla hasta que para en seco. Se da vuelta a mirar qué es lo que distrae al guatón y se encuentra con la rubia infartante.
“Ya entiendo”, le dice al gordo. “La mina esa está en celo, pero nosotros somos dos profesionales, no?. Si quieres vas hacia ella y le hablas y no hay drama: dejamos esto para mañana. Claro que si te quedas en la mesa conmigo, me tienes que escuchar. No quiero perder saliva hablando por las puras”.
“Luis, todo bien. Yo te escucho. Somos dos profesionales”, contesta el gordito con su cancha de productor de pelis.
Buñuel retoma la conversación y pasan un par de minutos. Es el gordito el que ahora interrumpe. “Luis, tienes razón. No puedo concentrarme. No se qué me ve, pero esa rucia no para de mirarme. Voy a hablarle y si no vuelvo en cinco minutos retomamos esto mañana”.
Buñel lo mira sin decir nada, pero le hace un gesto para que vaya. Y el gordo se para y va.
La conversación del gordo con la rubia marcha de las mil maravillas. Ella se ríe de todo lo que él dice y el se siente encantador. No hay necesidad de tomar un segundo trago. Ella deja la pelota dando botes para que él la invite a subir a su habitación. Y él, obvio, la invita.
Suben y hay besos en el ascensor, toqueteos también. El botones mira para otro lado mientras el gordo se mentaliza en hacer un papel digno y en no irse demasiado rápido. Finalmente llegan a la pieza y los besos son más largos y los agarrones más bruscos. El gordo toma sus pechos y los muerde pretendiendo ser una fiera. Ella se ríe. El gordo se envalentona y se calienta con la risa y decide acortar el preambulo. Le saca la blusa primero y cuando finalmente se desliga del sostén, nota que la rubia tiene algo escrito en sus pechos: “Gentileza de Luis Buñuel”, dice el pedazo de carne más insolente de la historia.
“!Buñuel hijo de puta!”, grita el gordito con más pena que rabia y cae al piso de rodillas.
Muy productor habrá sido, pero tardó años en recuperar el orgullo.

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