miércoles, 5 de marzo de 2008
Por Qué el Viejo Bob
Poca gente entiende lo que significa Bob Dylan. Pronto llega a tocar a Chile y en la prensa salen variados artículos sobre su carrera y sobre su influencia en el mundo de la música y de la cultura en general. La lata es que todos estos artículos establecen lo obvio: que Dylan fue el primero en hacer letras más elaboradas, que dejó la cagada cuando pasó de trobador acústico a cantante de rock el 65, que el tipo tiene una personalidad algo díscola, etc, etc.
Bueno, todo eso es verdad, pero es el típico cliché del recocido del que sólo conoce sus grandes éxitos. Si es que.
Dylan, más allá de ser un gran letrista—quizás el mejor—o un buen músico, es un tipo con huevos. Con bolas gigantes. Y eso, cuando se es un “artista”, es más importante que cualquier otra cosa.
Explico. Todo el rollo de haber empezado a tocar guitarra eléctrica fue sólo el comienzo de una serie de decisiones arriesgadas por parte de Dylan. De hecho, lo de tocar con una banda de rock no fue tan jugado como lo que vendría después, ya que al unirse a la movida rockanrollera, Dylan perdía a muchos de sus fans folky, pero ganaba un inmenso mercado de gente que escuchaba a los Beatles, a los Stones o a los más aguachentos Byrds.
Su primera gran cachetada al establishment vino el año 68: el año en que terminó de explotar la sicodelia. Pink Floyd sacaba su segundo albúm, A Saucerful of Secrets, mientras los gringos apuntaban a una sicodelia más comercial con bandas como Jefferson Airplane o Grateful Dead. Y si no era sicodelia, el asunto pasaba por experimentar con todo tipo de formatos como lo hacían los Beatles en el albúm blanco o los Who, que a finales del 67 habían sacado el grandioso The Who Sell Out. ¿Qué hacía Dylan? Ese año volvía con dos albums totalmente ajenos a toda la movida de finales de los 60s: John Wesley Harding y Nashville Skyline.
Ambos discos eran una vuelta a sus mejores tiempos con la guitarra de palo, pero había una excepción: Dylan volvía como un contador de historias y no como un trovador con letras politícamente concientes, de esas que pretenden cambiar el mundo. Tan ajeno estaba a lo que estaba pasando, que en vez de hacer un dúo con alguien de su generación como George Harrison o Neil Young, Dylan se juntaba con Johnny Cash—a esas alturas un viejo de mierda para los hippies—y cantaba la preciosa A Girl From the North Country para abrir Nashville Skyline.
Y así siguió haciendo lo suyo sin mirar para el lado. Después de sacar Self Portrait, un disco que era mitad viejos covers y mitad canciones originales, el 70 Dylan sacaba New Morning, uno de sus mejores albums y también, uno de los más subvalorados en el que el piano tomaba el protagonismo que casi siempre tuvo la guitarra. El 73 sacó la estupenda banda sonora para Pat Garret y Billy the Kid y el 74 editó Blood on the Tracks, un albúm que lo devolvió a los charts y que registraba la dolorosa separación de su esposa Sara.
Claro que lo mejor vendría con Desire, disco en el que viene el clásico Hurricane y en el que Dylan ocupa a una violinista que le da una onda entre gitana y judía a casi todas las canciones del LP. Después de eso, el hombre se iría en una volada cristiana y se pondría a predicar en sus conciertos, a decirle a la gente que Cristo era la salvación. La gente iba a escuchar a Dylan cantar, pero Dylan iba a los shows a predicar. Un judío predicando como si fuera un evangélico. Un chiste, pero que grafica que el tipo tenía pelotas y que nunca le interesó quedar bien con nadie.
Ya en los ochentas el hombre se estabilizó, recuperó su judaísmo, pero sacó su material más débil. Los noventas serían el origen del Dylan que conocemos hoy. Un Dylan que se dedica a procesar las raíces del blues, del rockabilly y de la música country. Un Dylan que no debe tener idea lo que son Los Killers o Radiohead y que se viste como un alguacil tejano. Un Dylan que, para variar, va a contrapelo, y que decidió asumir su condición de viejo culiado. Y eso señores, lo hace tener más onda que cualquiera de sus colegas que sobrevivió los sesentas. No es tanto, pero igual es harto.
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3 comentarios:
Sí, toda la razón: la prensa nacional ha caído en los clichés al escribir-hablar de Dylan (Y lo digo sin concer mucho tampoco de Dylan, pero habiendo leído las crónicas y habiendo visto los documentales y admirando más que nada lo que hizo en los 60)... Eso de que fue "la voz de la contracultura", "que se pasó del folk al rock y le gritaron Judas", etc. Creo que las últimas semanas he leído eso unas 6 veces como mínimo en distintos medios.
Bonus Track:
¿Acaso nadie ha hecho un cuento -o una buena crónica en su defecto- sobre ese concierto en que Dylan pasó a ser un casi-monje evangelista que intentaba -valga redundancia- evangelizar a sus seguidores, advirtiéndolos de bandas metaleras como Kiss de los pecados de la vida moderna?
Extraordinario bob. Lo ibncreíble es como se reinventa en sus recitales, fui al que dio en Chile y daba gusto tener que concentrarse para poder "adivinar" que canción era. Notable fue el ejemplo del cierre de recital cuando tocó blowing in the wind y muy poca gente reconoció la canción jejeje
Saludos.
PD: para el amigo antonio, sólo una aclaración, no quiero entrar en polémicas je, pero kiss no es metal, es más hard rock, pasando a glam en algunos ratos. Eso sí tuvo su época metalera, pero muy mínima :D
Rafa:
Perdón, no lo expliqué bien: no era yo quien le puso la etiqueta de metal a Kiss. Fue el propio Bob en ese aranque católico que tuvo en los 80. Para mí Kiss es el mejor ejemplo de una banda hard rock con un pasado glam defificil (y a veces vergonzoso) de olvidar, pero de metal -tal como tú dices- más bien poco.
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